Runaway

Huye, sí. ¿Qué más puede hacer? Ella huye igual que ayer. Como antes, como siempre. Está llegando tarde a su escondite. Ella que nunca pierde el tren que la lleva a su refugio. Ella que no espera la oportunidad de ver que pasará. Este juego lo conozco, vamos a jugar. Empieza tu primero, a ella le gusta especular. No la obligues a elegir, no la dejes opinar, no le niegues una respuesta, no la trates de ayudar. No preguntes cosas que no pueda contestar. No le exijas más de lo que ella está dispuesta a dar. Pero no escuchaste los consejos que tantos te dijeron. Ni aprendiste de los errores que cometieron los demás. Entiende. Ella no piensa, ella no medita, ella corre sin cesar. Está segura allí, ese es su lugar. Lo necesita hoy, lo necesita ya. No es de seda, ni de oro, pero ella lo llama hogar. No lo encuentra. Y corre, rápido. Salta. Escarba. Grita. Desgarra. Pero se ha perdido. Voltea en su búsqueda. Mareada. Camina sin rumbo. Llora. Derrama lágrimas manchadas. Cristales turbios desenfrenados. Sales malditas. Gotas esclavas de la desesperación. Se ha caído de rodillas y comienza a sangrar. Tiene un raspón en su pierna. Tiene una herida en el alma. Arde el aire contra la sangre. Arde la verdad contra la cara. Clama el viento contra los tímpanos. Pita la realidad dentro de la cabeza. Le duele el cuerpo entumecido, sumido en temblores repentinos. Se pregunta por qué. ¿Qué falló hoy? ¿Qué indicio no reconoció? ¿Cómo alguien pudo acercarse tanto? Y ella que se creía indescifrable, con su corazón impenetrable. Que pensaba haber superado todas las pruebas, todos los obstáculos y que nadie más querría jugar en su laberinto. Tan segura se veía. Tan fuerte. Y ahora vuelve a ser débil, frágil como el papel. No insistas. Déjala ya. Deja que se escape del amor. Una vez más.