domingo, septiembre 5

Cotidiano

Algunas veces, cuando nadie me está observando, puedo hacerme invisible.
Y escucho como todos hablan, como todos pestañean, como todos palpitan. Siento sus respiraciones, la inhalación llenando sus pulmones, y sus exhalaciones perezosas que se liberan al aire. Percibo el humo del cigarrillo a mi lado, ascendiendo pesadamente en aureolas indefinidas. Cómo me gusta observar las figuras que se forman cuando el humo juega con el aire. Las cenizas caen al suelo por un movimiento brusco de tu mano. Una pitada. ¿Te dije lo atractivo que te ves cuando fumás? Una bocanada se escapa por tu boca, pero sabés cerrarla en el momento justo antes de que se fugue tu alma. La nicotina y la música siempre te dominarán. La chica de rizos castaños te alcanza la guitarra. Tu primer amor. Tocás unas notas. Afinas la quinta cuerda. Siempre tenés que afinar vos la quinta cuerda nunca entiendo el porqué. Hacés las mismas notas que antes. Suena mejor. Una melodía conocida empieza a brotar de tus rasguños. Armonía en estado puro. Vas a ser famoso por eso, no me canso de decírtelo. Te concentrás en el movimiento de tus manos. Sigues el ritmo con el pie. Sos como un niño pequeño fingiendo ser una estrella de rock. Tan inocente. Tan aislado del mal. Tan seguro de vos mismo. El tiempo se tiñe con tu canción y me parece reconocer una mirada hacia mi dirección. Terminás el tema con un arreglo tuyo. Mis ojos se empañan de lágrimas. Todavía me emocionan tus dedicatorias secretas. Alguien te dice algo y te sonreís de lado. Desvío la vista. Elimino los rastros de llanto con el dorso de la mano. Mi corazón late fuerte cuando tus labios se mueven de esa forma. Me sorprende la influencia que tienes sobre mí. Me molesta. Me asusta. Me gustaría saber que también sentís algo así cuando me despeino el flequillo. O cuando cierro los ojos para sentir el sol abrazándome. O cuando bailo sola con el viento. O cuando… Una mano me sacude el pelo. Uno de los chicos llegó, reconozco su familiar forma de saludarme. Todos se obsesionan con mis mechones desteñidos y mal recortados. Me acomodo como puedo el pelo rebelde que me cae sobre los ojos. Vuelvo a ser visible y en el mundo todo sigue igual. Me arremango la campera. El invierno parece no querer abandonar esta ciudad, a pesar de que los árboles ya se visten de gala. Una paloma se posa en el cerezo de enfrente. La libertad me observa desde lo alto, agita sus alas y se funde con las nubes. Me gustaría poder volar. Ver desde el cielo a la gente corriendo para llegar temprano a cualquier lugar. Absurdos horarios de oficina. Me pierdo entre los pensamientos y tarareo inconscientemente. Oigo una campanada a lo lejos. Las seis y media. ¿Quién definió el tiempo? ¿Por qué se cuenta de a sesenta y no de a cien? De todas las cosas abstractas, el tiempo es a la que más le temo. Alguien me convida un chicle. Lo acepto. Tutti-frutti, como para decir que no. Observo los vestigios de tu cigarrillo que descansan en paz al costado de tu zapatilla. Me guardo el papel en el bolsillo. Siento tus ojos en mí y te miro en silencio esperando que digas algo. Tu mano izquierda me acaricia la mejilla y me rozas la coronilla suavemente con tus labios. Me recuesto sobre tu hombro. Cruzás tu brazo sobre mí y me estrechas más fuerte. Hago un globo de color fucsia y lo exploto con ruido cerca de tu oído. Te ríes con naturalidad. No sé que me gusta más si el sonido de tu risa, que repica cristalina, o tus ojos brillando con luz prestada. Te beso en una comisura y apoyo mi cabeza en tu pecho. Me rodeas con tus brazos y me haces sentir pequeña. Tus latidos son constantes. Normales. Hundís tu rostro en mi cabello y siento tu aliento cálido bajando por mi nuca.
Se me escapa un “te amo” entre murmullos y tu corazón salta. Sonrío, te abrazo y suspiro.
“Yo más”, contestas. Y a pesar de todo, sé que es cierto.

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